viernes, 4 de enero de 2019

【OVERBOARD】


【Un prisionero es un predicador de libertad】

-Hans Christian Andersen.

Se dice que la vida de un pirata se basa, esencialmente, en destruir lo que se cruce en su camino. Ya sea en el mar o en la tierra, el anuncio de la llegada de un pirata le ha sacado un latido a más de uno.

Bakugô Katsuki lo sabe, y a pesar de esto, decidió que una bandera negra sería el símbolo perfecto que marcaría su vida. Su pistola, su espada y su nave es todo lo que necesita, nada puede separarlo de la línea que separa el cielo del mar.

O eso es lo que cree, hasta que conoce a un ser místico y hermoso. Un ser que sólo deberías existir en las leyendas. Un ser que ha decidido entrar en su vida para quedarse  y poner su mundo de cabeza.

Un ser inútil, con escamas y aleta, de nombre Midoriya Izuku.


★Pairing: KatsuDeku
★Second Pairing: KiriKami

★Historia concursante del  "ALTERNATIVE UNIVERSE KATSUDEKU AWARDS"

★Advertecias:

Esta historia puede tener contenido adulto no apto para menores. Así mismo, material que pueda perturbar la mente de los más sensibles (?) No tiene nada de lo que deba avergonzarme, pero pongo advertencias por si acaso. Se recomienda discreción.

★Disclaimer:

Los personajes de Boku no Hero Academia pertenecen Horikoshi Kohei, su creador. Yo sól los tomo prestados para mis más insanos pasatiempos.

【Un prisionero es un predicador de libertad】

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«Susurran algunos, pero nadie les cree. Yo sí les creo cuando dicen, que el beso de una sirena puede salvar a un hombre de morir ahogado. Después de todo, fui salvado por un tritón.»

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.:·:.Prefacio.:·:.
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Esa noche despertó en el calabozo. Un lugar fétido y arenoso con un poco más de tres metros de espacio. Una antorcha en la pared es lo único que le brinda un ápice de calidez a su situación, aunado al arrullo del oleaje que golpea contra la costa. Los bandazos de las olas son tan fuertes que por momentos se hacen intrusas y se cuelan por la pequeña ventana con barrotes. Para agregar un poco de ardor a su furia, esa noche no hay luna y el cielo está lleno de nubarrones que prometen traer una tormenta.

Esa es la última visión de un hombre que morirá en la mañana.

Se muerde el interior de las mejillas para no soltar otro alarido desgarrador. Con la espalda desnuda pegada a la pared, da empujones usando sus brazos engrilletados como una maza. Hace lo posible por romper sus cadenas, pero sus intentos se frustran golpe tras golpe. Pese a esto y al dolor de sus heridas, vuelve a golpear, ignorando el líquido caliente y rojizo que le quema la piel.

—¡Guardias! ¡Con un demonio, Guardias! —Grita una vez más, su garganta lastimada por el sobreesfuerzo hace que su voz se escuche mucho más ronca, y ni esto lo para. 

Él grita.

Nadie responde.

El tintineo de las cadenas va y viene mientras se arrastra por el mugriento suelo en busca de algo que lo ayude a soltarse. Salvo por los huesos de los que alguna vez ocuparon esa celda, en el lugar sólo hay lodo, piedras y ratas muertas.

—¡Guardias! —Insiste, golpeando con las cadenas en la pared—. ¡Yo no lo maté! ¡Sáquenme de aquí! ¡Yo no lo maté, maldición! ¡No lo maté!

Sumido en la ira y el dolor, se deja caer de lado sobre el suelo cenagoso. No es que no puedan escucharlo, es que nadie le cree. El Príncipe de Kastria fue encontrado en la habitación Real con sangre en sus manos y el rey... muerto a sus pies. O al menos, eso es lo que ellos dicen. No puede recordar con claridad, sólo que se fue a la cama como cada noche y que despertó sobre el cadáver de su padre.

Enji, el Capitán de la Guardia Real, fue el primer testigo. Él sólo entró en la habitación derribando las puertas, y al ver tremendo espectáculo, no pudo hacer más que inculpar al único criminal visible.

El príncipe.

Y ahora, que no está seguro si realmente lo hizo o no, casi se ha rendido a su destino, uno que terminará mañana a primera hora cuando, en frente de todo el reino, su cabeza sea separada de su cuerpo para caer en un canasto.

Traición a la corona.

Asesinato.

Locura.

Esos son algunos de los cargos de los que se le acusa y de los cuales no puede zafarse aunque luche 
con todas sus fuerzas. Casi se ha resignado... Casi.

Pss. —Un nuevo sonido llega a sus oídos—. Su Alteza. ¡Oye!, príncipe Katsuki.

Se incorpora lentamente luego que una piedrita le cayera en la cabeza. Dándose la vuelta, parpadea confundido cuando ve a Kirishima Eijiro, el Subteniente de la Guardia Real —y su mejor amigo— arrodillado frente a la puerta de barrotes.

—¿Eijiro?

—No te preocupes, hermano. Te sacaré de aquí.

Bakugô no puede creer lo que se desarrolla en frente de sus propios ojos. Es alucinante que Eijiro aparezca, aún con su uniforme y su charretera negra adornada con una estrella dorada de ocho puntas: Símbolo inconfundible de su posición en la Guardia Real; siendo un soldado fiel a su reino y a sus ideales, pero sobre todo a sus amigos, Eijiro ha venido a romper la ley, sólo por salvarlo.

Con sigilo, saca un aro de llaves del interior de su chaqueta y abre los gruesos enrejales. Entra en la celda y en el mismo aro, busca las que abren sus grilletes.

—Démonos prisa, no tardarán en darse cuenta de que los guardias de allá afuera no están precisamente tomando una siesta.

—¿Qué estás haciendo? —No es que sea un desagradecido, es sólo que Katsuki sabe lo que su gente hace con los traidores. Si los descubren, Eijiro sufrirá un destino mucho peor al suyo.

—No hay tiempo para explicaciones. Sólo corre.

Abre la boca para decir algo más, pero se lo piensa mejor y en vez de eso sigue al pelirrojo por los corredores iluminados por antorchas. Sus pasos resuenan con un eco feroz, dejándole los pelos de punta por temor a que alguien más los escuche. Aun así, Eijiro no se detiene, sigue corriendo por el laberinto de roca hasta que llegan a las catacumbas de la ciudad.

—Es por aquí, Su Alteza. —Dice y se detiene junto al conducto de cloacas con una antorcha en su mano—. Saldremos por el alcantarillado hacia la costa.

Katsuki juraría que nunca había visto a su amigo tan serio. La luz de la antorcha ilumina sólo la mitad de su rostro, dejando su perfil en sombras. Si no lo conociera, diría que se ve... siniestro.

La noche sin luna ya no le parece tan desagradable una vez que salen del alcantarillado. Sin una pizca de luz en el cielo, es casi imposible que los guardias sobre las almenas puedan percibirlos. Kirishima entierra la antorcha en la arena, apagándola, al tiempo que introduce dos dedos en su boca y hace un agudo chiflido. Al instante se escucha en la lejanía un sonido idéntico.

—Esa es la señal. No te preocupes. Te sacaremos de aquí sano y salvo —dice el ex Subteniente de la Guardia, con una mueca de suficiencia en el rostro.

—¿Cuál es el maldito plan?

—Sólo sígueme.

El príncipe camina en silencio detrás de su amigo, con la gratificante sensación de la arena húmeda y fría acariciando sus pies descalzos, o la frescura de la brisa nocturna salpicando su rostro con ligeras gotas del mar. Luego de tres días en el calabozo, algo tan simple le parece maravilloso; nunca antes había apreciado tanto la libertad.

Sigue a Eijiro, serpenteando entre los pedruscos de la costa hasta que, con la boca abierta, avista una pequeña embarcación preparada para adentrarse a la mar, escondida detrás de un desprendimiento. El bote de dos velas no es muy grande, pero parece veloz y resistente a la furia del océano.

Kirishima camina hacia él.

—Katsuki, no te quedes ahí de pie. Tenemos que irnos. —Dice, mostrando un poco más de esa confianza con la que siempre trató al príncipe.

—¿De dónde sacaste esto? —pregunta mientras trota hacia la embarcación, que está perfectamente acomodada sobre una improvisada rampa de madera.

Kirishima se limita a rodar los ojos y subir por la escalera de soga que cuelga por el lateral del barco. Katsuki lo observa desde la arena, sin saber si debería seguirlo o esperar una señal. Eijiro, al ver que el príncipe no lo sigue, se asoma detrás de la baranda mostrando un rostro desesperado.

—Maldición, date prisa.

Katsuki sube también, sus pies vacilando en cada escalón de soga hasta que llega a la baranda. Eijiro lo sostiene por un brazo y con un salto, cae en la cubierta del bote. Un puñado de hombres se le acerca. Puede reconocerlos a todos, la mayoría pertenece a la servidumbre desde que son pequeños. Entre ellos, Kaminari Denki y Sero Hanta.

—¿Qué están haciendo aquí, idiotas? ¿Saben cuáles son las consecuencias de sus actos? —pregunta, sin podérselo creer.

—Sólo métete una cosa en tu cabeza Real, Su Alteza. —Dice Eijiro, pasándole una mano por los hombros de forma confianzuda—. No estás solo.

Katsuki siente que su corazón se detiene, al menos, por dos segundos. Con un extraño ritmo en su respiración, baja la cabeza para ocultar la honesta sonrisa que surca su rostro. Todos ellos se ponen en peligro por ayudarlo. Serán desertores, traidores a la corona. Ninguno podrá volver jamás. Sin embargo ahí están, obsequiándole sonrisas cómplices y gestos de bienvenida.

Alguien grita, '¡Viva el príncipe de Kastria!', y él, que nunca ha sabido expresar sus emociones, levanta su puño en el aire y responde:

—¡Salgamos de este asqueroso reino, imbéciles! ¡Aquí no nos queda nada! ¡Síganme y yo les pagaré lo que han hecho por este Príncipe sin corona!

Los hombres gritan efusivos, lazando maldiciones a la vida que dejan atrás y alabanzas a lo que les espera. Dejarán sus tierras para ser dueños de sí mismos con el príncipe entregándoles protección, seguridad y camaradería. Katsuki, sin saberlo, se ha ganado toda una tripulación completamente fiel.

El pesado viento nocturno golpea las olas contra los laterales del barco cuando los troncos que sirven de rampa son retirados y la nave se adentra en la inmensidad del océano. Katsuki se sostiene de una soga para suspenderse sobre el barandal de la popa. El castillo donde vivió toda su vida se aleja junto con sus memorias. No siente nada por el hogar que deja atrás, ni una pizca de remordimiento o tristeza.

—¿Cuál es plan, Capitán Katsuki? —Kirishima lo saca de su propia cabeza, palmeando su espalda en un gesto fraternal.

Con los ojos clavados en el risco costero donde se alza el castillo, esboza una indescriptible sonrisa antes de alzar la mirada por encima de su hombro. Sostiene la soga con ambas manos para girar sobre la baranda hasta quedar de frente a los hombres, que esperan ansiosos una orden de su parte.

—¡Iremos a donde nos plazca! ¡Haremos lo que queramos hacer! ¡Tomaremos lo que necesitamos! ¡Quiero que cada maldito reino tema nuestro nombre! ¡Que Kastria desee no haberme traicionado nunca! ¡Y cuando estemos listos, regresaremos más fuertes para tomar lo que nos pertenece!

Los hombres gritan otra vez, con Kirishima a la cabeza para animar los vítores y exclamaciones. Un discurso, dependiendo de cuán emotivo sea, es capaz de definir entre la lealtad absoluta de un hombre... y la traición.

—¿Y cuál es el rumbo, Capitán? —Grita Denki con su espada en alto.

Katsuki extiende su sonrisa y alza los brazos a los lados de su cuerpo como si en cualquier momento fuese a prender el vuelo.

—Me importa un carajo el rumbo. ¡El horizonte es el límite!



1 comentario:

  1. Hola, disculpa pero ¿Dónde lo puedo ver completo? Jajaja es que hace un tiempo lo leí y realmente me fascino y pues me gustaría volver a leerlo, esta pequeña parte del fanfic me a hecho recordar muchas cosas. Por favor avísenme donde lo podría volver a leer, gracias ��.

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