viernes, 4 de enero de 2019

Elfo de Luz

Dicen que, al nacer, cada niño recibe un guardián. Ellos velarán por su seguridad hasta que el niño sea capaz de cuidarse por sí mismo. Serán invisibles, pasarán desapercibidos y, si son responsables, su protegido tendrá una infancia feliz y tranquila.

A estos guardianes que no son más que espíritus antiguos, creados por la magia de un Dios caprichoso se les llama, comúnmente: Elfos de luz.

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Fue una fría noche de diciembre cuando vio la terminación de sus trabajos. Finalmente, después de dieciocho años, su protegido había levantado los ojos hacia el camino de la adultez, dejando atrás su época de infante para ser un hombre hecho y derecho. Ya no necesitaría de los servicios de su protector, que no hacía más que emborracharse de él noche tras noche mientras velaba por su bienestar. 

Kaminari Denki, entonces, se permite llenar sus pulmones con una profunda bocanada de aire para no llorar; su pecho se contrae mientras aprieta sus manos en su báculo de pino y muérdago que tiene forma de bastón de caramelo, pero con dos metros de largo, con tal de no estirar sus dedos hacia aquel rostro durmiente. 

La expresión de su protegido es apacible y descuidada: los cabellos azabaches caen sobre sus párpados, enredándose con unas pestañas gruesas, y acaricia sus mejillas. La boca abierta, como una invitación, con un hilo de saliva que moja sus labios y cae en forma de gotas sobre su almohada.
Denki se muerde sus propios labios, y siente un hundimiento en el estómago cuando ve que es la hora de partir. 

Ha vivido junto a ese niño por más tiempo del que debería. Los de su especie suelen abandonar a sus humanos cuando estos dejan de ser indefensos; pero Denki se obligó a permanecer a su lado hasta que el tiempo ya no le permitió un segundo más.

Ni siquiera pretende darle una última mirada a la habitación de doce tatamis que, más que su lugar de trabajo, fue su hogar. Los recuerdos con el pequeño llegan dando bandazos, de forma cruel y tortuosa.
Fue un niño feliz gracias a él y, sin embargo, tiene que dejarlo ir.

Golpear el suelo con su báculo para abrir el vórtice que lo llevaría a casa, fue lo más duro que tuvo que hacer en mucho tiempo. Casi siente que se le hunde el estómago; y detrás del durmiente frunce el ceño, renovando su determinación para dar un paso hacia el agujero de luz.

Entonces cierra sus ojos. Está preparado para volver y esperar cien años en un profundo sueño hasta que un nuevo protegido lo reclame con su primer llanto; sin embargo, algo interviene con su retorno…, y Denki grita.

Cuando trata de atravesar el portal, un bandazo de electricidad le golpea, justo en el rostro. El portal le escupe como una alimaña y lo estampa contra la pared en el otro extremo de la habitación.

—¡Argh! —suelta un quejido mientras se levanta del suelo, sintiendo que sus huesos crujen en el proceso. Su espalda recibió todo el impacto y duele horrores. Denki se queja, arrepintiéndose al instante por ser tan ruidoso: su protegido da un par de vueltas en la cama, pero lejos de despertar, deja un brazo sobre sus párpados y sigue durmiendo. 

Gracias a dios que el idiota tiene el sueño pesado. Piensa.

¿Pero qué demonios acaba de pasar? Denki acaricia esa parte de su cabeza donde tiene punzadas por el golpe de recién y trata de comprender lo que acaba de pasar.

¿El vórtice le expulsó? ¿Por qué?

—Es tan extraño —dice mientras observa su báculo, examina la madera sacada del viejo pino mágico de su aldea, acaricia las hojas de muérdago, y el poder toca sus dedos en forma de chispas eléctricas. 

Su bastón no está roto.

Esto lo confunde aún más. Si el catalizador de su magia funciona de maravilla, entonces, ¿su magia es la que está mal?

No, eso es absurdo. Él siempre ha sido un Elfo poderoso, con un excelente control sobre su hechicería. Siempre fue sobresaliente en los entrenamientos, y fue mentor en dos ocasiones de sus primos: los Elfos del Bosque. Es imposible que algo esté mal con sus poderes.

No obstante para convencerse Denki levanta su mano y trata de proyectar una imagen directamente desde su cabeza, controlando la luz que despide con naturalidad de su piel. Esto no es difícil, es lo primero que les enseñan desde pequeños, cuando por primera vez manifiestan sus poderes. 

—Hasta un Elfo de cinco años puede hacer esto. —Aun así, Denki entra en pánico cuando la luz que desprende sus dedos, se evapora en el aire.

¡Maldición! ¿Por qué no logra manipular la luminiscencia? ¿Por qué su piel está perdiendo su brillo? 

¡Eso es absurdo! 

Un Elfo sin magia no puede sobrevivir; tampoco ha conocido a nadie que le pase semejante cosa. Es algo inaudito y descabellado; sin embargo sus poderes se le escapan de las manos como granos de arena.

La revelación le cae como un balde de agua helada. Por más que intenta usar su magia, no lo logra. Las chispas eléctricas que suele desprender de sus dedos, se apagan casi a la misma velocidad que el halo de luz amarillenta que sale de su cuerpo. Además, el color de su piel se ha vuelto mortecino, paliducho, casi cetrino. En pocos segundos pierde toda su fuerza.

La ira, la desesperación, la angustia, la confusión…, todo eso le corta el aire a Denki y cae al suelo, de rodillas. No puede pensar, o siquiera respirar. El pánico se asienta en su estómago como una piedra gigantesca.

Deja el báculo en el suelo, y se abraza a sí mismo. De pronto siente un frío casi mortal, y se hace una bola con tal de darse un poco de calor.

¿Qué coño le está pasando?

Denki está a punto de gritar de pura frustración; entonces, como una especie de amparo, siente una cálida sensación que lo envuelve desde la espalda y cubre su cabeza al parecer una manta. Una fuerza extraña le aprisiona desde los flancos. Denki trata de zafarse, pero la presión se intensifica y, gracias a la manta, no puede ver qué sucede. El miedo le hace sacudirse descontroladamente, sin embargo no logra escapar.

—¡Hey, ¿estás bien?!

Las sacudidas de Denki se detienen de inmediato. La presión —que al parecer era el fuerte agarre de unos brazos—, pierde fuerza y la respiración del Elfo se atasca en su garganta cuando escucha esa pregunta en decibeles bajos, y roncos. 

No cabe duda, es la voz de su protegido. 

La manta es retirada de su cabeza y, ante sus ojos, aparece un rostro preocupado: tiene el cabello oscuro muy enmarañado, con las hebras apuntando en todas direcciones, acariciando su frente y rozando sus párpados. Su boca está apretada en una mueca de inquietud, con un colmillo escapando fuera por la inclinación graciosa de sus labios.

Denki lo mira. Sus ojos, desenfocados, han perdido varios tonos y el nudo que atenaza su garganta le dificulta el habla. La palidez en su rostro solo se intensifica cuando Eijirô le dirige una mirada, que barre sobre su expresión y trata de leerlo. Pero Denki no quiere ser leído; está demasiado asustado y confuso como para inventar una excusa creíble; así que usa sus brazos como una barrera entre él y el humano, deseando que se aleje y le dé un poco de espacio.

—¿Estás bien? —insiste, y Denki descubre que hay un ascua intensa que ilumina los curiosos irises granate. 

Kirishima Eijirô, a quien ha tenido que cuidar desde el día que nació, le abraza como si él se fuese a romper en cualquier momento.

Aturdido, Denki asiente, porque no encuentra palabras para responderle. Sencillamente, se ha quedado en blanco.

—No sé por qué estabas temblando en el suelo de mi habitación, pero no pareces un ladrón —dice, sintiendo que el Elfo se remueve entre sus brazos y Kirishima alza sus manos—. Oye, no te asustes, no pienso hacerte nada. ¿Te perdiste?

Denki sacude su cabeza, en respuesta.

—¿Entonces estás aquí… por mí? —parpadea, demostrando cuán confundido se siente—. ¿Quién eres?

¿Por qué, en el infierno, Eijirô le habla con tanta familiaridad?

Todo eso le parece tan absurdo al pobre Elfo. 

¿Debería responder? 

No, esa es una muy mala idea. No debe revelar su identidad, su objetivo, o de donde proviene. En realidad, Eijirô ni siquiera debería ser capaz de verlo. Debería ser invisible para él. 

¿Será producto de la repentina pérdida de sus poderes? ¿Realmente le está pasando esto?

Denki clava su mirada en el suelo. Tantas dudas le están cobrando factura, y su cabeza ha comenzado a palpitar. 

Pese a esto, Eijirô no se pierde ninguno de sus movimientos. 

Aquel chico es la cosa más curiosa —y bella— que jamás ha visto: su piel tiene un color crema exquisito, pálida, pero con una apariencia suave y sedosa; el cabello es como hilos de oro que caen en picada por su cuello, sienes, y parte de su rostro; con una imperfección azabache que asemeja un rayo. Sus orejas son puntiagudas, casi afiladas, pero de un modo atractivo. Y sus ojos, aunque gachos y opacados por una inesperada tristeza, emiten un resplandor áureo que a Eijirô le recuerdan esos bichos luminosos que revolotean por las noches cerca de su ventana.

El desconocido es tan hermoso como enigmático, y no sabe cómo sentirse al respecto.
Debería llamar a la policía. Después de todo es un intruso; tal vez alguien peligroso, aunque se ve tan delgado, que de seguro no podría soportar un golpe suyo.
 
Se sopesa la idea de sacarle una explicación, cuando de repente el chico de puntiagudas orejas comienza a murmurar:

—No debería ser así...

—¿Qué? 

—Esto está mal. Tú no deberías ser capaz de verme. Yo no debería dejar de resplandecer. El vórtice no debió expulsarme. He terminado mi labor. He sido un buen guardián. Mi protegido es un adulto. Ya no me necesita. ¿Por qué sigo aquí?

—Oye, calma. No entiendo nada de lo que dices.

Denki se voltea hacia él, lo mira directamente a los ojos, y pregunta—: ¿Realmente puedes verme?

—Por supuesto.

—Maldición.

—¿Seguro que estás bien?

—No —responde, dejando caer su apariencia de ángel caído para sacar a flote un grito de frustración. La angustia es sustituida por la furia. Denki, sencillamente, no puede creer que le esté pasando algo como eso. Se aparta bruscamente para ponerse en pie y entonces exclama—: ¡Esto está mal! ¡Tiene que ser una puta broma! ¡Me matarán si descubren que mi humano puede verme! —señala a Eijirô con un dedo—. ¡Tú, no me veas! ¡No estoy aquí!

—Vale —extrañado, también se levanta, convencido de que su inesperado inquilino está un poco chiflado.

—¡No es eso! Con un demonio, quiero decir… Siempre he estado aquí, y nunca me has visto. ¿Por qué ahora, de todos los momentos?

Denki se agacha para recoger su báculo y sacudirlo, con la esperanza de que sus poderes se reactiven; y Eijirô siente que una explosión de calor se desprende de su rostro. 

¿Acaso acaba de admitir que es un acosador? ¿Qué siempre ha estado ahí? ¡¿Lo ha visto en sus momentos íntimos?!

—Sé lo que estás pensando —interviene Denki, su ceño frunciéndose por la aglomeración de emociones—. Sí, te he visto todo el maldito tiempo. Sé cuántas putas veces te masturbas por semana. Pero ese no es el problema aquí.

—De acuerdo, creo que llamaré al 119 —resuelve, corriendo hacia la mesita junto a su cama, donde tiene su celular.

—Haz lo que quieras —resopla, girando sus ojos al cielo—. Da igual si decides aventarme por la ventana, a estas alturas no me sirve de nada permanecer en este mundo —aprieta sus dientes, dejándose llevar por su autorreproche. Después de todo, un Elfo sin magia es inútil e innecesario—. Mejor, te ahorro el trabajo —dice mientras camina hacia el ventanal de vidrio y abre las puertecillas de par en par, con la disposición de pararse en el alfeizar para lanzarse al vacío. 

Dramático, muy dramático. Piensa Eijirô, pero cuando ve que el chico realmente piensa lanzarse, grita—: ¡¿Te has vuelto loco?! ¡No te suicides desde la habitación de alguien más!

Kaminari lo mira, horrorizado. —¿Eso es lo que te preocupa?

—Y… está mal que te suicides, eso también —agrega, con una sonrisa un poco fuera de lugar.

El Elfo no pudo resistir las ganas de golpear su frente con la palma de su mano. —Definitivamente no tienes remedio, Eijirô.

Un poco impresionado por esto, pregunta—: ¿Cómo sabes mi nombre? 

—Me abstendré de responder.

—¿Qué?

—No pienso explicártelo, me meteré en problemas.

—¿Entonces dime cómo llegaste aquí?

—Por la ventana.

—¡No mientas, enano! ¡Este es un edificio para estudiantes y estamos en el piso 21!

—¿Y? —Denki alza una ceja, componiendo una expresión de fastidio—. Puedo volar, ¿sabes? —solo le faltó hacer un duh.

—¿Volar? —Una nueva revelación llega a la mente de Kirishima—. ¿Eres un hada?

—¡Ugh! ¡No! —toda su expresión se distorsiona de solo pensarlo—. ¡Dios, no tienes idea de lo fastidiosas que son esas brujas! Soy un Elfo —aclara, con orgullo, y entonces se da una patada en el interior de su mente por dejarse provocar. Joder, se supone que no debe revelar su procedencia. 

¡Por Santa, tampoco es su culpa! Eijirô lo saca de su propia cabeza.

—Vaya —el humano sonríe, de un modo que ilumina todo el lugar— eso explica las orejas. Son atractivas.

Denki sufre de un poderoso sonrojo, y no puede evitar el tocar sus orejas, sintiéndolas calientes en el tacto de sus dedos. Nadie le había halagado de esa forma tan… directa, nunca. Siente un apretón en el pecho y sus dedos se engarrotan nuevamente en torno al bastón que le acompaña.

—Idiota, ¿no crees que eres demasiado crédulo? —masculla, con la voz ligeramente rasgada—. Pude haberte dicho que era un reno de Santa, e igual te lo habrías creído.

Nah, eres demasiado adorable como para mentirme —responde y amplía su sonrisa de dientes puntiagudos, de un modo que Kaminari no puede soportar.

Denki resiste las ganas de volver a golpear su frente. De hecho, prefiere lanzarse por la ventana que tener que soportar los ataques directos del gran idiota de su protegido.

—Primero: no soy adorable. No vuelvas a decir algo como eso. Segundo: no tiene nada que ver. Soy capaz de mentir si me lo propongo. Solo un idiota sería tan ingenuo como para no sospechar de un desconocido.

—Auch —se queja el humano, pero en son de burla y esto le saca un rechinido de dientes al Elfo.
—Trata de ser serio por una vez, Eijirô.

—Hablas como si me conocieras de toda la vida.

—Lo hago —dice, incitado por un impulso y al instante se arrepiente, otra vez—. Hagamos como que esto nunca pasó —agrega, con la vergüenza obligándole a bajar la mirada, y acomoda sus cosas para marcharse—. Piensa que esto es un sueño, mañana lo habrás olvidado todo.

—¿Qué? No jodas, ¿piensas irte sin explicarme nada? Al menos dime por qué estabas en mi habitación.

—He cuidado de ti toda una vida y hasta que pueda volver a casa, te seguiré protegiendo, solo diré eso —explica, ignorando el rostro confundido con una sonrisa suave y, pese a los reclamos de Eijirô, suelta con tranquilidad un—: Hasta pronto.

Tras la despedida, su cuerpo se desvanece como el humo, dejando una estela amarillenta que deja a Eijirô con la boca abierta. 

¿Qué demonios acaba de ver? ¿El hermoso Elfo solo desapareció? 

—¡Oye, Elfo! ¡Al menos me hubieras dicho tu nombre!

Sus gritos rebotan contra las paredes de su habitación, volviendo a sus oídos para demostrarle que se ha quedado solo. O eso es lo que cree, hasta que escucha un delicioso murmullo que le acaricia los sentidos, y le eriza los vellos del cuerpo.

«Soy Kaminari Denki, tu guardián.»







【OVERBOARD】


【Un prisionero es un predicador de libertad】

-Hans Christian Andersen.

Se dice que la vida de un pirata se basa, esencialmente, en destruir lo que se cruce en su camino. Ya sea en el mar o en la tierra, el anuncio de la llegada de un pirata le ha sacado un latido a más de uno.

Bakugô Katsuki lo sabe, y a pesar de esto, decidió que una bandera negra sería el símbolo perfecto que marcaría su vida. Su pistola, su espada y su nave es todo lo que necesita, nada puede separarlo de la línea que separa el cielo del mar.

O eso es lo que cree, hasta que conoce a un ser místico y hermoso. Un ser que sólo deberías existir en las leyendas. Un ser que ha decidido entrar en su vida para quedarse  y poner su mundo de cabeza.

Un ser inútil, con escamas y aleta, de nombre Midoriya Izuku.


★Pairing: KatsuDeku
★Second Pairing: KiriKami

★Historia concursante del  "ALTERNATIVE UNIVERSE KATSUDEKU AWARDS"

★Advertecias:

Esta historia puede tener contenido adulto no apto para menores. Así mismo, material que pueda perturbar la mente de los más sensibles (?) No tiene nada de lo que deba avergonzarme, pero pongo advertencias por si acaso. Se recomienda discreción.

★Disclaimer:

Los personajes de Boku no Hero Academia pertenecen Horikoshi Kohei, su creador. Yo sól los tomo prestados para mis más insanos pasatiempos.

【Un prisionero es un predicador de libertad】

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«Susurran algunos, pero nadie les cree. Yo sí les creo cuando dicen, que el beso de una sirena puede salvar a un hombre de morir ahogado. Después de todo, fui salvado por un tritón.»

.:·:.
.:·:..:·:.
.:·:.Prefacio.:·:.
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.:·:.

Esa noche despertó en el calabozo. Un lugar fétido y arenoso con un poco más de tres metros de espacio. Una antorcha en la pared es lo único que le brinda un ápice de calidez a su situación, aunado al arrullo del oleaje que golpea contra la costa. Los bandazos de las olas son tan fuertes que por momentos se hacen intrusas y se cuelan por la pequeña ventana con barrotes. Para agregar un poco de ardor a su furia, esa noche no hay luna y el cielo está lleno de nubarrones que prometen traer una tormenta.

Esa es la última visión de un hombre que morirá en la mañana.

Se muerde el interior de las mejillas para no soltar otro alarido desgarrador. Con la espalda desnuda pegada a la pared, da empujones usando sus brazos engrilletados como una maza. Hace lo posible por romper sus cadenas, pero sus intentos se frustran golpe tras golpe. Pese a esto y al dolor de sus heridas, vuelve a golpear, ignorando el líquido caliente y rojizo que le quema la piel.

—¡Guardias! ¡Con un demonio, Guardias! —Grita una vez más, su garganta lastimada por el sobreesfuerzo hace que su voz se escuche mucho más ronca, y ni esto lo para. 

Él grita.

Nadie responde.

El tintineo de las cadenas va y viene mientras se arrastra por el mugriento suelo en busca de algo que lo ayude a soltarse. Salvo por los huesos de los que alguna vez ocuparon esa celda, en el lugar sólo hay lodo, piedras y ratas muertas.

—¡Guardias! —Insiste, golpeando con las cadenas en la pared—. ¡Yo no lo maté! ¡Sáquenme de aquí! ¡Yo no lo maté, maldición! ¡No lo maté!

Sumido en la ira y el dolor, se deja caer de lado sobre el suelo cenagoso. No es que no puedan escucharlo, es que nadie le cree. El Príncipe de Kastria fue encontrado en la habitación Real con sangre en sus manos y el rey... muerto a sus pies. O al menos, eso es lo que ellos dicen. No puede recordar con claridad, sólo que se fue a la cama como cada noche y que despertó sobre el cadáver de su padre.

Enji, el Capitán de la Guardia Real, fue el primer testigo. Él sólo entró en la habitación derribando las puertas, y al ver tremendo espectáculo, no pudo hacer más que inculpar al único criminal visible.

El príncipe.

Y ahora, que no está seguro si realmente lo hizo o no, casi se ha rendido a su destino, uno que terminará mañana a primera hora cuando, en frente de todo el reino, su cabeza sea separada de su cuerpo para caer en un canasto.

Traición a la corona.

Asesinato.

Locura.

Esos son algunos de los cargos de los que se le acusa y de los cuales no puede zafarse aunque luche 
con todas sus fuerzas. Casi se ha resignado... Casi.

Pss. —Un nuevo sonido llega a sus oídos—. Su Alteza. ¡Oye!, príncipe Katsuki.

Se incorpora lentamente luego que una piedrita le cayera en la cabeza. Dándose la vuelta, parpadea confundido cuando ve a Kirishima Eijiro, el Subteniente de la Guardia Real —y su mejor amigo— arrodillado frente a la puerta de barrotes.

—¿Eijiro?

—No te preocupes, hermano. Te sacaré de aquí.

Bakugô no puede creer lo que se desarrolla en frente de sus propios ojos. Es alucinante que Eijiro aparezca, aún con su uniforme y su charretera negra adornada con una estrella dorada de ocho puntas: Símbolo inconfundible de su posición en la Guardia Real; siendo un soldado fiel a su reino y a sus ideales, pero sobre todo a sus amigos, Eijiro ha venido a romper la ley, sólo por salvarlo.

Con sigilo, saca un aro de llaves del interior de su chaqueta y abre los gruesos enrejales. Entra en la celda y en el mismo aro, busca las que abren sus grilletes.

—Démonos prisa, no tardarán en darse cuenta de que los guardias de allá afuera no están precisamente tomando una siesta.

—¿Qué estás haciendo? —No es que sea un desagradecido, es sólo que Katsuki sabe lo que su gente hace con los traidores. Si los descubren, Eijiro sufrirá un destino mucho peor al suyo.

—No hay tiempo para explicaciones. Sólo corre.

Abre la boca para decir algo más, pero se lo piensa mejor y en vez de eso sigue al pelirrojo por los corredores iluminados por antorchas. Sus pasos resuenan con un eco feroz, dejándole los pelos de punta por temor a que alguien más los escuche. Aun así, Eijiro no se detiene, sigue corriendo por el laberinto de roca hasta que llegan a las catacumbas de la ciudad.

—Es por aquí, Su Alteza. —Dice y se detiene junto al conducto de cloacas con una antorcha en su mano—. Saldremos por el alcantarillado hacia la costa.

Katsuki juraría que nunca había visto a su amigo tan serio. La luz de la antorcha ilumina sólo la mitad de su rostro, dejando su perfil en sombras. Si no lo conociera, diría que se ve... siniestro.

La noche sin luna ya no le parece tan desagradable una vez que salen del alcantarillado. Sin una pizca de luz en el cielo, es casi imposible que los guardias sobre las almenas puedan percibirlos. Kirishima entierra la antorcha en la arena, apagándola, al tiempo que introduce dos dedos en su boca y hace un agudo chiflido. Al instante se escucha en la lejanía un sonido idéntico.

—Esa es la señal. No te preocupes. Te sacaremos de aquí sano y salvo —dice el ex Subteniente de la Guardia, con una mueca de suficiencia en el rostro.

—¿Cuál es el maldito plan?

—Sólo sígueme.

El príncipe camina en silencio detrás de su amigo, con la gratificante sensación de la arena húmeda y fría acariciando sus pies descalzos, o la frescura de la brisa nocturna salpicando su rostro con ligeras gotas del mar. Luego de tres días en el calabozo, algo tan simple le parece maravilloso; nunca antes había apreciado tanto la libertad.

Sigue a Eijiro, serpenteando entre los pedruscos de la costa hasta que, con la boca abierta, avista una pequeña embarcación preparada para adentrarse a la mar, escondida detrás de un desprendimiento. El bote de dos velas no es muy grande, pero parece veloz y resistente a la furia del océano.

Kirishima camina hacia él.

—Katsuki, no te quedes ahí de pie. Tenemos que irnos. —Dice, mostrando un poco más de esa confianza con la que siempre trató al príncipe.

—¿De dónde sacaste esto? —pregunta mientras trota hacia la embarcación, que está perfectamente acomodada sobre una improvisada rampa de madera.

Kirishima se limita a rodar los ojos y subir por la escalera de soga que cuelga por el lateral del barco. Katsuki lo observa desde la arena, sin saber si debería seguirlo o esperar una señal. Eijiro, al ver que el príncipe no lo sigue, se asoma detrás de la baranda mostrando un rostro desesperado.

—Maldición, date prisa.

Katsuki sube también, sus pies vacilando en cada escalón de soga hasta que llega a la baranda. Eijiro lo sostiene por un brazo y con un salto, cae en la cubierta del bote. Un puñado de hombres se le acerca. Puede reconocerlos a todos, la mayoría pertenece a la servidumbre desde que son pequeños. Entre ellos, Kaminari Denki y Sero Hanta.

—¿Qué están haciendo aquí, idiotas? ¿Saben cuáles son las consecuencias de sus actos? —pregunta, sin podérselo creer.

—Sólo métete una cosa en tu cabeza Real, Su Alteza. —Dice Eijiro, pasándole una mano por los hombros de forma confianzuda—. No estás solo.

Katsuki siente que su corazón se detiene, al menos, por dos segundos. Con un extraño ritmo en su respiración, baja la cabeza para ocultar la honesta sonrisa que surca su rostro. Todos ellos se ponen en peligro por ayudarlo. Serán desertores, traidores a la corona. Ninguno podrá volver jamás. Sin embargo ahí están, obsequiándole sonrisas cómplices y gestos de bienvenida.

Alguien grita, '¡Viva el príncipe de Kastria!', y él, que nunca ha sabido expresar sus emociones, levanta su puño en el aire y responde:

—¡Salgamos de este asqueroso reino, imbéciles! ¡Aquí no nos queda nada! ¡Síganme y yo les pagaré lo que han hecho por este Príncipe sin corona!

Los hombres gritan efusivos, lazando maldiciones a la vida que dejan atrás y alabanzas a lo que les espera. Dejarán sus tierras para ser dueños de sí mismos con el príncipe entregándoles protección, seguridad y camaradería. Katsuki, sin saberlo, se ha ganado toda una tripulación completamente fiel.

El pesado viento nocturno golpea las olas contra los laterales del barco cuando los troncos que sirven de rampa son retirados y la nave se adentra en la inmensidad del océano. Katsuki se sostiene de una soga para suspenderse sobre el barandal de la popa. El castillo donde vivió toda su vida se aleja junto con sus memorias. No siente nada por el hogar que deja atrás, ni una pizca de remordimiento o tristeza.

—¿Cuál es plan, Capitán Katsuki? —Kirishima lo saca de su propia cabeza, palmeando su espalda en un gesto fraternal.

Con los ojos clavados en el risco costero donde se alza el castillo, esboza una indescriptible sonrisa antes de alzar la mirada por encima de su hombro. Sostiene la soga con ambas manos para girar sobre la baranda hasta quedar de frente a los hombres, que esperan ansiosos una orden de su parte.

—¡Iremos a donde nos plazca! ¡Haremos lo que queramos hacer! ¡Tomaremos lo que necesitamos! ¡Quiero que cada maldito reino tema nuestro nombre! ¡Que Kastria desee no haberme traicionado nunca! ¡Y cuando estemos listos, regresaremos más fuertes para tomar lo que nos pertenece!

Los hombres gritan otra vez, con Kirishima a la cabeza para animar los vítores y exclamaciones. Un discurso, dependiendo de cuán emotivo sea, es capaz de definir entre la lealtad absoluta de un hombre... y la traición.

—¿Y cuál es el rumbo, Capitán? —Grita Denki con su espada en alto.

Katsuki extiende su sonrisa y alza los brazos a los lados de su cuerpo como si en cualquier momento fuese a prender el vuelo.

—Me importa un carajo el rumbo. ¡El horizonte es el límite!